domingo, 6 de abril de 2008

Segunda carta al Quijote

Don. Alonso de Quijano
El Toboso (La Mancha)

7 años y pocos días después de mi primera carta.


Don Alonso:

Héteme aquí de nuevo, boca abierta, pluma en ristre, dispuesto a actualizar los sucedidos que en mi anterior misiva os pergeñaba. Si, como entonces os decía, no tenía yo clara tanta bondad, ni tanto beneficio, ahora puedo confirmaros mis peores temores. No son molinos, no, que son horribles, física y moralmente, seres venidos de alguna de las más sórdidas dependencias del Averno dispuestos a robarnos la bellaza de los campos y los montes de vuestra querida tierra y de todas las demás que forman este país de desencuentros.

Os comentaba entonces, lo recordareis, de esos polifemos de tres brazos y ojo luminoso en las sombras de la noche. Os contaba de cómo estaban dispuestos en grupos numerosos. Os hacía partícipe de mi preocupación y desconfianza a pesar de las muchas y buenas palabras de los buenos y confiados habitantes del lugar. Que razón tenía y cuan corto me quedaba, voto a tal….

Mis peores pesadillas, mi señor Don Quijote, mis más lúgubres presentimientos no eran si no una tarde de primavera comparados con la realidad actual y el futuro que nos acecha.

No queda lugar, valle, monte o altiplano en el que al tender la mirada buscando la belleza de lo amplio nuestros ojos no se topen con los groseros aspavientos de tan ominosos seres, no de uno en uno, si no de ciento en ciento, formando ora una muchedumbre, ora un ejército diabólico que oculta, disimula o en todo caso entorpece la belleza del paisaje. Castilla no es ya tan ancha sembrada de mojones que acortan el paisaje y someten la voluntad del paisanaje a modernidades y promesas que tienen un precio por el cual el futuro llorará abundante y amargamente.

Hay un vocablo en este nuestro mundo tan pulcro y exacto, micer Don Alonso, que no tendría sentido en ese vuestro y que se utiliza para definir la intromisión de lo perverso y lo feo en lo cotidiano. Ese vocablo es, mi señor, CONTAMINACIÓN. Y este vocablo sucio, pestilente, oneroso, perverso y lesivo es en definitiva el arma de estos infames seres.

Contaminación, si, aunque habrá gentes, humildes y no tanto, que se crean poseedores del uso de este término y que son servidores de los malandrines que nos ocupan, en muchos casos inocentes y engañados, que reclamarán, gritarán, acusarán, se escandalizarán de que yo lo utilice. Pero debo de hacerlo porque lo es, contaminación visual, que está destruyendo inexorablemente la belleza, la grandiosidad de todos los paisajes en los que se aposentan.

No se, mi señor Don Alonso, hasta donde llegará esta fiebre antes de que alguien repare en la fealdad que provocan, reparad en que ni los pájaros, que huyen de su entorno, la soportan, y haciendo caso omiso, incluso afrenta, de las muchas, persuasivas y prometedoras palabras de su ejército de corifeos y torcedores de opiniones, empiecen las buenas gentes a reclamar de nuevo la pulcritud de las vistas, la anchura de las tierras, la extensa y tendida mirada de otros tiempos, los aleteos que las surcaban. Pero ahora mismo mi señor, allí donde están aposentados no queda espacio para manejar la lanza, ni distancia para poder impulsar la montura, ellos, en macabra coreografía se burlan, se crecen, se multiplican y empiezan a hacer nuestra vida un poco más triste, un poco más resignada, un poco menos hermosa.

Me temo que ni vos, ni todo un ejercito de caballeros esforzados y valerosos serían ya suficientes para acometer la hazaña de vencerlos. Yo por mi parte, mi señor, con vuestra referencia, tomo la pluma y lanzo la palabra, a lo mejor llega a los oídos adecuados y logro comenzar la batalla contra tan nefandos hijos del más nefando diablo, malandrines y astutos.

Siempre vuestro. El caballero de la anhelada figura.